DÍA 4 - ACUSADO
ESCLAVOS DE FRANCO, de Chesus Calvo. GP Ediciones (2019)
A nadie se le escapa
qué connotaciones traen consigo vocablos como campo de concentración
o gulag. Lugares de barbarie en los que se recluía a prisioneros
acusados de ir contra los principios de los regímenes imperantes
mientras malvivían en penosas condiciones y se veían obligados a
desempeñar trabajos forzadas.
Quizá sea uno de
los aspectos más desconocidos por el grueso de la población, pero
nuestro país también albergó ese tipo de centros. En primera
instancia, sus reclusos tenían la clasificación de desafectos. Es
decir, que habían sido acusados de contar con antecedentes
desfavorables por no comulgar con el ideario nacional. Tiempo
después, además de contar con presos políticos (con tendencia a la
izquierda y republicanos), acogerían también a presos comunes.
En esos campamentos
de prisioneros, los trabajos forzados en una suerte de explotación
laboral estaban a la orden del día (su punto álgido estuvo a
comienzos de los años 40). Los dirigentes nacionales lo vieron
claro: los presos eran mano de obra barata para acometer diversas
empresas. Se estableció, pues, un sistema de redención de penas
dirigido desde un Patronato Central que tenía como fines compensar
la carga de manutención de esos presos, ayudar a restaurar y
reconstruir las edificaciones e infraestructuras dañadas durante la
contienda del 36-39 y corregir el comportamiento del prisionero, de
forma que adquirieran el hábito de la obediencia. Labores
supuestamente remuneradas con salarios mínimos, que se enviaban a
las familias, o en ocasiones nulos.
Sobre las
condiciones de esos campamentos y de los trabajos que realizaban esos
presos existen diversas investigaciones y trabajos publicados
(Esclavos del Franquismo en los Pirineos, de Fernando Mendiola y
Edurne Beaumont [ed. Txalaparta], por ejemplo) así como documentos
audiovisuales (Desafectos o Trabajadoriak,
ambos disponibles en Vimeo), que se erigen como salvaguarda y altavoz
de la memoria histórica de un país que debe conocer su pasado más
reciente. Y en esa línea se enmarca ESCLAVOS DE FRANCO,
de Chesus Calvo (GP ediciones).
Este tebeo nos
cuenta la historia de Julián, uno de tantos acusados anónimos que
fueron presos en esas instalaciones en condiciones insalubres,
infrahumanas y de explotación. Una narración circular que no está
ambientada en un campo de prisioneros concreto, sino que constituye
la esencia de esos campamentos, en la que nos hacemos a la idea a la
perfección de lo que suponía vivir allí recluido y de esa
conmutación de penas por trabajo en la reconstrucción de los
destrozos producidos durante la contienda, preconizado por el
Patronato Central de Redención de Penas. El de Julián es el relato
vital de tantos y tantos jóvenes que vieron como la Guerra Civil
truncaba sus vidas. Una de esas personas que nunca figurará en
ningún libro de historia a título individual pero que forma parte
de esa masa anónima de gentes que padecen y sirven de armazón para
las gestas que se consignan por los vencedores, quienes escriben la
Historia en todas las civilizaciones.
Elaborado a partir
de una potente base documental, en un estilo propio de la BD y con
una paleta de colores que traslada al lector a cada momento
emocional, Esclavos de Franco es un validísimo testimonio de un
tiempo que fue. Apto para todos los públicos, se me antoja un
formato asequible e idóneo para acercar la memoria histórica a los
jóvenes.
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