Soy inocente y crédula hasta la extenuación. He de reconocer que son rasgos poco útiles en una sociedad como la actual. Pero no los cambio por nada. Sobre todo, cuando me enfrento a la lectura de un tebeo. En ocasiones, lo confieso, ni me fijo en quién ha trazado los dibujos o dado forma al guión, ni le doy la tan frecuente vuelta al volumen para ver qué pone detrás, adentrándome completamente virgen entre sus páginas. Digamos que es una forma con la que potencio al máximo mis ya elevados de por sí niveles de asombro. Y vaya si me asombran algunos tebeos. Si hay una característica inherente al ser humano, esa es la de contar historias. Mejor o peor, todos podemos hilar palabras conformando relatos más o menos creíbles, mejor o peor formados. Pero le pese a quien le pese, lo cierto es que no todos estamos capacitados de igual forma para contarlas porque mantener la atención del oyente o del lector es toda una virtud. Una de las grandezas de un autor radica precisamente ...